Romances, traiciones y complicidades



Un triángulo amoroso. Un triángulo científico. Un triángulo geográfico. Traiciones y complicidades que se triangulan. En solidaridad con estas líneas argumentales que se superponen e imbrican, otros aspectos de la estructura dramática de Cromo también se acomodan al diseño triangular. Por ejemplo, los géneros desde los que fue concebido el relato: el thriller, el drama romántico y la denuncia social.
Sergio Bizzio y Leonel D'Agostino escribieron el guion de Cromo junto a Lucía Puenzo (Wakolda) quien, a su vez, alternó la dirección de los 12 capítulos con Nicolás Puenzo (a cargo, como es habitual, de la dirección de fotografía) y el realizador Pablo Fendrik (El ardor).

La miniserie (en la que se acredita al periodista Martín Jáuregui como productor asociado y a Guillermo Pesoa como responsable de la música), fue grabada en alta definición (así lo establecía el régimen de fomento del Ministerio de Planificación en el que resultó ganadora), en escenarios naturales de las provincias de Santa Cruz y Corrientes, y del Sector Antártico Argentino.
El contraste visual de estos espacios (los macizos helados, inhóspitos, casi azules, contra los esteros tórridos correntinos, de aguas verduscas aguijoneadas por los rayos del sol) produce un extrañamiento hipnótico. Algo no parece del todo real en la luminosidad mineral de esos paisajes y habrá que dar lugar a esa intuición porque, en efecto, Cromo defraudará el canon realista cada vez que le sea posible.
Avancemos un poco más. Valentina (Emilia Attías) y Simón (Germán Palacios) son biólogos. Se conocieron en la facultad, hace 10 años, y ahora son amantes. Diego (Guillermo Pfening) es el marido de ella. El estudio de la retracción de los glaciares en el Polo Sur, lo alejó más de la cuenta de las sábanas del hogar porteño. De modo que, el asesinato de Valentina —que ocurrió en el primer episodio— puso fin al matrimonio en astillas y al romance en progreso. Alrededor de esa muerte (de la brutalidad con que fue perpetrada, de las muchas incógnitas que debería haber silenciado, así como de la herida que abrió en los dos amantes abatidos por la pérdida) va a desenvolverse la trama principal.
Acerca de eso: es evidente que la bióloga metió la nariz y las jeringas, donde nadie en el pueblo quería que las metiera. En particular, el gerente de la curtiembre y los cazadores furtivos. De hecho, bastó que la forastera remontara las aguas para tomar muestras del líquido y el barro del estero. O que se involucrase en la curación de chicos con sintomatología respiratoria, para que las amenazas se materializaran de manera irreversible.
Sin embargo, periódicamente, Valentina enviaba los informes al laboratorio de la Facultad de Ciencias Exactas, en Buenos Aires. Y quizás, también lo hiciera a alguna otra entidad fuera del país. Habrá que esperar el avance de los capítulos para obtener respuestas en relación a esta línea de la intriga. En cambio, es evidente (e inusual) que los héroes de la historia, sean los "científicos" a los que, históricamente, la televisión les asigna el papel del villano. No lleva mucho tiempo revisar los últimos "thriller-científicos" estadounidenses estrenados en Argentina, para comprobar que "el bien" y "la ciencia" no concretan una sociedad, televisivamente, rentable. Orphan Black o Hélix, desde distintos registros ficcionales, son ejemplos del lugar poco afortunado que la TV le sigue atribuyendo a la tarea científica.
En Cromo, en cambio, esa disyuntiva parece haber sido trazada en diálogo con la coyuntura de "repatriación" de científicos y asignación de recursos para la investigación académica. Una aclamación que se opone a la de otras realizaciones de Lucía Puenzo, en las que abundan referencias críticas a la manipulación genética, el modelo héteronormativo, y otras abyecciones científicas de moda.
Llegados a este punto, hay que destacar dos aspectos del dispositivo narrativo creado por los autores de Cromo: la disrupción temporal y la variación del punto de vista. Gracias al desdoblamiento amoroso y geográfico de Valentina, Diego y Simón el relato se constituye en el ir y venir del presente al pasado, a través de los recuerdos de cada uno de los personajes y de sus viajes recurrentes. Esta inestabilidad (temporal y espacial) le otorga ritmo y profundidad a la historia ya que la totalidad recién se manifiesta, cuando las versiones logran compaginarse. Claro que, al mismo tiempo, este recurso abona la desconfianza (la paranoia) del espectador. ¿Alguna de todas esas criaturas está fuera de sospecha?
Renglón aparte merecen las interpretaciones del elenco en pleno. Además de los tres protagonistas, Alberto Ajaka, María Ucedo, Esteban Bigliardi, Daniel Veronese, Moro Anghileri, Malena Sánchez y Valentina Bassi, desdeñan la "máscara" realista para ensayar, cada uno desde el personaje que le tocó en suerte, una gestualidad aturdida y desconcertante.
Así como los autores, jugaron el thriller en la dimensión de la pesadilla (a la manera de un espejo de agua, que aumenta y deforma lo real), la pena de amor la tramitaron en la dimensión de la tragedia (alguien debe morir para que el destino, finalmente, se rectifique). En este sentido, Cromo tensa la cuerda del melodrama, pero bajo una imagen despojada de su color y su grano convencionales. Sin realismo ni artificio costumbrista, lo que queda es una ficción que el espectador podrá experimentar exento del agobio y la tranquilidad de lo previsible. <

El dato - Cromo

Martes a las 22:30 por TV Pública. Una vez emitido el episodio, está disponible para su visualización en Contenidos Digitales Abiertos (cda.gob.ar) y en el canal de Youtube de la TV Pública.


Fuente: http://tiempo.infonews.com

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