"Ojalá vivas tiempos interesantes": Pánico y locura en Buenos Aires
Marcos fue alguna vez un exitoso autor de libros infantiles, y su objetivo desde hace años es concluir su primer novela adulta y seria. Está a punto de abandonar cuando su amigo Walter le plantea otro camino: Marcos solo tiene que vivir una vida más intensa y relatarla. La ópera prima de Santiago Van Dam está en la competencia Vanguardia y Género dentro del BAFICI, y estrena este martes 25 a las 19 h en el Village Recoleta.
La película bucea mucho en situaciones alocadas y climas delirantes. ¿Cómo surgió esta historia y cómo fuiste construyendo el tono?
A nivel proceso, el tiempo fue clave. Tardó tanto en hacerse la película que yo la dejaba fermentar: tomaba distancia, veía la estructura y volvía a acercarme para pulirla. Yo buscaba una película de peripecias, porque Marcos necesita VIVIR, así, en mayúscula, para despertarse. Pero no puedo poner simplemente situaciones alocadas una al lado de la otra, como fuego de artificio, pirotecnia… no me gusta ese cine de impacto vacío. Lo más divertido fue hilar, que funcione, que se sostenga. Como narrador me interesa la relación entre lo progresivo y la digresión. Y trabajar sobre dos cosas que mencionás, el clima y el tono. El cine se parece a la arquitectura y también a la música; para mí una canción popular, un buen set de house progresivo o una sinfonía son obras narrativas. Entonces busqué organizar esta sucesión de climas y tonos sin dejar afuera al espectador. Conectar a un nivel emocional, e ir hilando, alternando casi cromáticamente tensión, pausa, sorpresa, ausencia, un momento contemplativo, etcétera. Fue lo que intenté, al menos. Finalmente, como guionista les doy mucho valor a las palabras, y que hayas utilizado el verbo “bucear” es un buen feedback para mí, porque busqué que esas transiciones fueran suaves, aun si son repentinas. Que el espectador no se golpee feo, que sean como inmersiones, cambios de altura o profundidad. Como una montaña rusa, o el samba que gira en los parques de diversiones.
Para ser una ópera prima es una película muy ambiciosa. ¿Con qué dificultades técnicas te enfrentaste al filmar, al pasar de la idea a la acción?
No tuve realmente dificultades técnicas, al menos no lo sentí así. El tiempo realmente fue mi aliado, y los riesgos que mencionás, y que efectivamente existen, los fui sopesando en el guion, y fundamentalmente en el storyboard, donde decidís el abordaje técnico, el lente, si hay movimiento de plano, tamaño de cuadro, etcétera. Dibujé toda la película, cerraba los ojos, me ubicaba mentalmente en el espacio y pensaba: “¿Cómo cuento esto?”, y me ponía a dibujar. A veces hacía varios dibujos por plano, si había movimientos de cámara o un detalle visual importante en la acción. Dibujando sabés qué necesitás, qué puede llegar a pasar y cuáles son los riesgos. Ahí ponés a prueba la factibilidad, con la ventaja de que si te equivocaste tiraste un dibujo o dos, no un día de rodaje. Me divierte planificar. Luego fue cuestión de elegir al equipo correcto, los talentos, las personas, crear un buen vínculo con estos profesionales, de confianza mutua. Y también tuve suerte.
¿Cómo fue la elección de los actores de la película?
Marcos, el protagonista, está en imagen prácticamente los 110 minutos que dura la película. Por el modo en que esta se perfilaba, yo necesitaba alguien entregado, que tuviera paciencia, flexibilidad, hambre profesional. Así venía la cosa. Ezequiel Tronconi fue esa persona, hizo eso y mucho más, me ayudó con gran parte del elenco. Lo vi en La Tigra, Chaco y me encantó su laburo, después lo vi en teatro y nos conocimos. Tenemos casi la misma edad, compartimos cierto sentido del humor, algunas costumbres, nos hicimos amigos. Eze siempre tira para adelante, te hace reír; me alivianó el peso de escribir, dirigir y coproducir mi primera película. Es una caja de sorpresas, es director de teatro y ahora está por empezar a dirigir cine. Es un crack, muy talentoso.
Luego aparece una galería de personajes que a mi juicio claramente destacan por su cohesión, por el contrapunto que hacen con el protagonista, como el Champa, compuesto por el actor Julián Calviño. Esta feliz coincidencia se la debo a Rafael Spregelburd, que me dijo que tenía un actor para ese personaje, y le pegó en el palo.
Giselle Motta vino por recomendación de Ezequiel al casting, me gustó su imagen y su forma de trabajar: transmite a la vez inocencia y experiencia, sagacidad, calle. Confunde, ahí: tiene algo tormentoso en el fondo y lo transmite, como actriz se brinda mucho y se entrega.
En el caso de Emilia Attias fue una gran noticia saber que le interesaba el personaje; ella había laburado previamente con Sudestada Cine. Habíamos visto a otras chicas, pero terminábamos negociando con el representante cuestiones relacionadas con el personaje como “qué porción del rostro va a verse, porque quiero que me reconozcan”, cosas así. Cuando nos encontramos con Emilia fue impactante, fue como volar en primera clase (nunca volé en primera clase, pero imagino algo así). Fue más lejos que nosotros, llena de propuestas, nos mostró máscaras de látex, escenas de sexo entre superhéroes. “Eso” existe, y Emilia Attias lo tiene. Ese halo mágico, conjugado con profesionalismo, saber anticipar como actriz las dificultades de la escena y neutralizarlas. Darle vida a Laia fue un proceso bárbaro, hablamos del personaje, Emilia nos ayudó incluso a diseñar la máscara, ensayamos en el bar Poe que tiene con su marido. Montando la película, seguí aprendiendo de ella, fundamentalmente cómo naturaliza situaciones escandalosas, excéntricas. Eso es cine, es artificio: ver algo impensado, audaz, y a la vez se siente natural. Tremendo.
Cuando tenían el 50% de la película filmada, lanzaron una campaña en Ideame para conseguir la financiación para la mitad restante. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue una hermosa experiencia, que está en el ADN de la película. Lo mejor de Ideame y el crowdfunding es la relación, el diálogo con una masa de gente que te apoya, un incentivo, un compromiso. Les debés algo. Es el equivalente a quemar las naves: vos prometés algo y un amigo que no tiene dónde caerse muerto juntó 200 pesos para darte. Vos a ese pibe le debés una película. La película la vas a hacer: algo le vas a mostrar. Eso fue más decisivo que el dinero contante y sonante; con la inflación se licuó bastante lo que habíamos conseguido. La campaña sirvió para sumar desarrollo, y fuimos por INCAA. La instancia de microfinanciación también nos ayudó a ejercitar nuestra comunicación, conocer un poquito al público, y a mí me llevó a intentar algo popular, no descuidar el entretenimiento. Les debo una película a mis inversores, y este martes 25 en BAFICI vienen prácticamente todos.
Fuente: www.haciendocine.com.ar
La película bucea mucho en situaciones alocadas y climas delirantes. ¿Cómo surgió esta historia y cómo fuiste construyendo el tono?
A nivel proceso, el tiempo fue clave. Tardó tanto en hacerse la película que yo la dejaba fermentar: tomaba distancia, veía la estructura y volvía a acercarme para pulirla. Yo buscaba una película de peripecias, porque Marcos necesita VIVIR, así, en mayúscula, para despertarse. Pero no puedo poner simplemente situaciones alocadas una al lado de la otra, como fuego de artificio, pirotecnia… no me gusta ese cine de impacto vacío. Lo más divertido fue hilar, que funcione, que se sostenga. Como narrador me interesa la relación entre lo progresivo y la digresión. Y trabajar sobre dos cosas que mencionás, el clima y el tono. El cine se parece a la arquitectura y también a la música; para mí una canción popular, un buen set de house progresivo o una sinfonía son obras narrativas. Entonces busqué organizar esta sucesión de climas y tonos sin dejar afuera al espectador. Conectar a un nivel emocional, e ir hilando, alternando casi cromáticamente tensión, pausa, sorpresa, ausencia, un momento contemplativo, etcétera. Fue lo que intenté, al menos. Finalmente, como guionista les doy mucho valor a las palabras, y que hayas utilizado el verbo “bucear” es un buen feedback para mí, porque busqué que esas transiciones fueran suaves, aun si son repentinas. Que el espectador no se golpee feo, que sean como inmersiones, cambios de altura o profundidad. Como una montaña rusa, o el samba que gira en los parques de diversiones.
Para ser una ópera prima es una película muy ambiciosa. ¿Con qué dificultades técnicas te enfrentaste al filmar, al pasar de la idea a la acción?
No tuve realmente dificultades técnicas, al menos no lo sentí así. El tiempo realmente fue mi aliado, y los riesgos que mencionás, y que efectivamente existen, los fui sopesando en el guion, y fundamentalmente en el storyboard, donde decidís el abordaje técnico, el lente, si hay movimiento de plano, tamaño de cuadro, etcétera. Dibujé toda la película, cerraba los ojos, me ubicaba mentalmente en el espacio y pensaba: “¿Cómo cuento esto?”, y me ponía a dibujar. A veces hacía varios dibujos por plano, si había movimientos de cámara o un detalle visual importante en la acción. Dibujando sabés qué necesitás, qué puede llegar a pasar y cuáles son los riesgos. Ahí ponés a prueba la factibilidad, con la ventaja de que si te equivocaste tiraste un dibujo o dos, no un día de rodaje. Me divierte planificar. Luego fue cuestión de elegir al equipo correcto, los talentos, las personas, crear un buen vínculo con estos profesionales, de confianza mutua. Y también tuve suerte.
¿Cómo fue la elección de los actores de la película?
Marcos, el protagonista, está en imagen prácticamente los 110 minutos que dura la película. Por el modo en que esta se perfilaba, yo necesitaba alguien entregado, que tuviera paciencia, flexibilidad, hambre profesional. Así venía la cosa. Ezequiel Tronconi fue esa persona, hizo eso y mucho más, me ayudó con gran parte del elenco. Lo vi en La Tigra, Chaco y me encantó su laburo, después lo vi en teatro y nos conocimos. Tenemos casi la misma edad, compartimos cierto sentido del humor, algunas costumbres, nos hicimos amigos. Eze siempre tira para adelante, te hace reír; me alivianó el peso de escribir, dirigir y coproducir mi primera película. Es una caja de sorpresas, es director de teatro y ahora está por empezar a dirigir cine. Es un crack, muy talentoso.
Luego aparece una galería de personajes que a mi juicio claramente destacan por su cohesión, por el contrapunto que hacen con el protagonista, como el Champa, compuesto por el actor Julián Calviño. Esta feliz coincidencia se la debo a Rafael Spregelburd, que me dijo que tenía un actor para ese personaje, y le pegó en el palo.
Giselle Motta vino por recomendación de Ezequiel al casting, me gustó su imagen y su forma de trabajar: transmite a la vez inocencia y experiencia, sagacidad, calle. Confunde, ahí: tiene algo tormentoso en el fondo y lo transmite, como actriz se brinda mucho y se entrega.
En el caso de Emilia Attias fue una gran noticia saber que le interesaba el personaje; ella había laburado previamente con Sudestada Cine. Habíamos visto a otras chicas, pero terminábamos negociando con el representante cuestiones relacionadas con el personaje como “qué porción del rostro va a verse, porque quiero que me reconozcan”, cosas así. Cuando nos encontramos con Emilia fue impactante, fue como volar en primera clase (nunca volé en primera clase, pero imagino algo así). Fue más lejos que nosotros, llena de propuestas, nos mostró máscaras de látex, escenas de sexo entre superhéroes. “Eso” existe, y Emilia Attias lo tiene. Ese halo mágico, conjugado con profesionalismo, saber anticipar como actriz las dificultades de la escena y neutralizarlas. Darle vida a Laia fue un proceso bárbaro, hablamos del personaje, Emilia nos ayudó incluso a diseñar la máscara, ensayamos en el bar Poe que tiene con su marido. Montando la película, seguí aprendiendo de ella, fundamentalmente cómo naturaliza situaciones escandalosas, excéntricas. Eso es cine, es artificio: ver algo impensado, audaz, y a la vez se siente natural. Tremendo.
Cuando tenían el 50% de la película filmada, lanzaron una campaña en Ideame para conseguir la financiación para la mitad restante. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue una hermosa experiencia, que está en el ADN de la película. Lo mejor de Ideame y el crowdfunding es la relación, el diálogo con una masa de gente que te apoya, un incentivo, un compromiso. Les debés algo. Es el equivalente a quemar las naves: vos prometés algo y un amigo que no tiene dónde caerse muerto juntó 200 pesos para darte. Vos a ese pibe le debés una película. La película la vas a hacer: algo le vas a mostrar. Eso fue más decisivo que el dinero contante y sonante; con la inflación se licuó bastante lo que habíamos conseguido. La campaña sirvió para sumar desarrollo, y fuimos por INCAA. La instancia de microfinanciación también nos ayudó a ejercitar nuestra comunicación, conocer un poquito al público, y a mí me llevó a intentar algo popular, no descuidar el entretenimiento. Les debo una película a mis inversores, y este martes 25 en BAFICI vienen prácticamente todos.
Fuente: www.haciendocine.com.ar
Comentarios